El post de hoy, en cierta medida, está dedicado a las emociones. Pasa y sucede que ante aquellos acontecimientos que, por su magnitud, tienden a escandalizar y a conmover a una colectividad, se suscita una serie de comentarios, reflexiones y acciones en apariencia de índole ‘solidario’ que pretenden hacer frente a la situación, manifestar un dolor, expresar un descontento o intentar prevenir que ese tipo de hechos se vuelvan a repetir; sin embargo, cuando pasa el boom ‘mediático’ la reflexión, el sentimiento y el propósito se desvanecen y la cotidianidad sigue su curso, con sus afanes y sus matices.

La realidad de los venezolanos, los suicidios que se convierten en noticia, los hechos de violencia cuyo fatal desenlace dejan como víctimas a personas visibles y queridas por una comunidad, hacen que inevitablemente nos sintamos agobiados y que nos cuestionemos acerca de lo que está pasando; así empezamos a divagar, a filosofar y con un asomo de pena concluimos que esta sociedad ha perdido el norte, que la vida no es nada, que tenemos suerte y que deberíamos empezar a valorar lo que de verdad importa.

He ahí la cuestión ¿Qué es lo verdaderamente importante? Sin duda, las pequeñas cosas: (1)El presente que nos aleja de la nostalgia del pasado que ya no volverá y de la zozobra que suscita un futuro incierto. (2) El ser agradecidos, pocas veces damos gracias por lo que no tenemos y no queremos tener (por ejemplo: una enfermedad) (3) Perdonar en silencio, generalmente los más necesitados de nuestro perdón somos nosotros mismos y (4) Más que soltar necesitamos volver agarrar, la ligereza propia del siglo XXI nos ha intentado convencer de que casi todo es desechable y ¡no hay tal!

La invitación es a que no te reserves un te quiero, a que regales una sonrisa espontánea, a que escuches con el corazón y no con tu ego, a que le bajes las revoluciones a tus obligaciones y problemas y a que no olvides que si estas aquí es con un propósito y ese propósito es ¡VIVIR en armonía!